
Aria y Lucia se quedaron a mi
lado, ambas tomándome de las manos a un costado de mi cuerpo mientras
observábamos a mi madre irse. No pude evitar sentirme triste y a pesar de ello
era como si las glicinas en flor comenzaran a entender mi estado de animo al
caer por el arco de la entrada de mi casa en forma de racimos purpuras.
-No me detengas- Me ordeno con
acritud justo antes de abandonar la entrada de la casa.
Acababa de llegar de clases junto
a mis amigas, estábamos apuntándonos para ir al cine o comprar comida chatarra
y ver una película indecente en el computador, pero cuando mama salió echando
chispa con una maleta en mano y su vestido favorito de lunares blanco supe que
algo malo estaba ocurriendo.
A mis dieciséis años me quede sin
madre y con un padre alcohólico del cual debía cuidar.
Las semanas siguientes mi propio
padre no me hablaba y cuando me miraba sabía que veía mi madre, por la forma en
que sus ojos cafés adquirían un resentimiento y luego comenzaba a agredirme con
palabrotas y acusaciones de las que no quería enterarme.
Mi madre se había ido con otro
hombre.
Pero un mes pasa demasiado rapido
y en tan poco tiempo no tuve la oportunidad para llorar o sentirme desesperada.
Porque mis mañanas las dedicaba en los estudios y como una forma de huir de la
realidad muy pronto ya ni siquiera veía a mis amigas, las tardes eran
principalmente para limpiar y hacerme cargo de la alimentación de mi padre,
aunque muchas veces se escapaba y terminaba sola buscando en cada sitio en la
oscuridad de la cuidad, hasta que lo hallaba en
un callejón llorando y apestando a alcohol.
Una noche mientras lo cargaba
para traerlo a casa me dijo.
-Lo siento.
Aquel día no comprendí a lo que
se refería, pero parte de mí… una pequeña y minúscula parte sabía perfectamente
a lo que se refería y aquella parte se alegraba.
Esa semana, mi padre dejo este
mundo cuando lo encontré ahorcado en su dormitorio con las fotos de mi madre
esparcidas sobre la cama.
Es cierto, uno nunca se espera
que hallan tantas desgracias en menos de un año. Yo nunca me espere ver a mi
madre irse sin mirarme, tampoco espere que mi padre quien era muy orgulloso se
volviera un hombre muy débil de corazón y mente.
Mi abuela, la madre de mi padre
vino el mismo día del suicidio prometiéndome hacerse cargo de mí tomando mis
cosas sin preguntarme, pero en ese momento no me encontraba cuerda, por lo que
no descubrí como había llegado a su auto.
Nos fuimos al siguiente día a un pueblito a cuatro o seis no estaba muy
segura de cuantas horas de viaje fueron, pero tampoco me molestaba el silencio
o la hermosa vista que me mostraban los campos de viñedos y cultivos, aquellos
cerros y montañas muy cerca de la carretera me hacían anhelar aquella altura
donde podría estar más cerca del cielo, pero mi abuela era Cristiana entonces
me dejo de inmediato en claro donde se encontraba mi padre y eso no le dio
alivio a mi corazón.
La casa de mi abuela no era muy
grande pero si tenía un jardín demasiado amplio para cultivar todo tipo de
planta. No pude evitar sacar una pequeña raíz de las glicinas que mi madre había
plantado en casa hace ya mucho tiempo de modo que pudiera cultivarla en algún
macetero, amaba las flores de cada primavera en su punto máximo, así como amaba
las hortensias, las glicinas era una de mis flores preferidas. Mi abuela tenía
un jardín con muchas hortensias y otras flores que no prestaba mucha mi
atención de modo que al salir del auto corrí hasta ellas para olfatearlas.
Mi nuevo dormitorio era un poco
desabrido comparado con la decoración perfecta de una princesa que mi madre me
había diseñado. Paredes grises y una pequeña ventana de madera que poco
alumbrara mi nueva cama o mejor dicho un catre casi al punto del deterioro.
Pero a pesar de que el colchón estuviera en mal estado con aquellos resortes a
punto de salirse de orbita o las cortinas improvisadas de algún mantel, no
estaba tan mal agradecida después de todo mi abuela pudo haberse deshecho de mi
enviándome con alguna asistente social.
Por lo menos tenía un pequeño mueble viejo donde poner mis ropas.
-Mañana entraras a clase.- me
avisa entregándome una bolsa negra.
-¿Qué es esto?-pregunto en cuanto
la tomo.
-Tu uniforme.
Ah. Bien nunca había usado algún
uniforme, simplemente porque se veía algo muy militarizado.
- gracias.- dije con una pequeña
sonrisa.
Aquella noche hizo mucho frio y
las pocas mantas no cubrían por completo mi cuerpo, la luminosidad de la luna
era débil comparada con la luz del foco que colgaba desde el techo con los
cables sueltos.
Llore y temblé, pero el cansancio
me gano y no logre desahogar mis miedos y tristezas. Parecía que nunca tenía
tiempo para pensar en nada. Pero era lo mejor. Eso creo.
A la mañana siguiente me bañe en
el pequeño baño de mi abuela, donde la ducha casi no dejaba espacio para el
retrete y el lava manos, pero aquello era totalmente segundario cuando el agua
fría toco mi piel logrando que diera un grito asustada.
Me paralice al descubrir que la
faldita negra y la blusa blanca, más la chaqueta del mismo color que la falda
haciendo un extraordinario juego de colores dejando cierto encanto sobre mi
cuerpo añadiendo sobriedad y desencanto.
Me mire al espejo al notar que
debajo de mis ojos se encontraba unas oscuras sombras y mi piel se volvió muy
pálida, por lo que decidí mejor mantener mi cabello cobrizo suelto y dejar que
algunas ondas cayeran por mi rostro.
Mi abuela aún no se levantaba asique
me fui sola con la dirección que había dejado en un papel sobre la mesa del
comedor. Pero hasta ese momento se me había pasado por completo de la cabeza el
hecho de que no había ninguna locomoción en estos lugares por lo que la mayoría
de las personas tienen sus propios autos. En mi caso solo tuve que rendirme y
sacar de la bodega la antigua bicicleta de mi padre, aunque si no tenía cuidado
de seguro mi ropa interior quedara expuesta.
Las calles eran de tierra y no se
veía muchas casa a mi alrededor, cerca de donde vive mi abuela solo habitan
diez familias, pero cuando llegas a la curva donde terminan las casas te
encuentras con un camino largo y ancho rodeado de rocas, arboles, cerros y
animales como vacas y caballos, por lo que me demore quince minutos exactamente
hasta ver a lo lejos un enorme edificio de piedra muy antiguo las enredaderas y
el césped mismo se unía a la edificación como si fueran parte de la fachada.
Aparque mi bicicleta junto a las
demás donde una chica de cabello negro trenzado se quedó extrañamente mirándome
de reojo, aquel instante fue demasiado largo como para poder evitar sentirme
avergonzada de ser observada.
-Hola.- saluda con voz neutral,
mientras se incorpora dejando atrás su bicicleta para hacerme frente.- Eres la
nueva ¿verdad?
¿Cómo lo supo?
-Tu abuela se encargó que todos
supiéramos sobre ti- responde a mi pregunta mental.
-¿Encargo?-pregunto no muy
segura.
-En resumen, todos sabemos que
eres huérfana- su mirada adquiere una extraña vacilación y entonces prosigue.-
Lo siento.
-No, está bien- le asegure
intentando sonreír un poco.- de ese modo no tengo que fingir o explicar nada.
-Bien- sonríe sin sentirlo.-Soy
Natacha Lennox.
- Gail Roset.
-Ya lo sé- dijo con una sonrisa
burlesca- recuerda que tu abuela vino y nos dio todos los detalles.
Sus ojos eran de un color cielo,
tal vez podría decirse que se veían similares al cielo nublado de esta mañana,
con un peculiar brillo.
-Bien, tengo que entrar a clases-
me avisa mientras se acomodaba su mochila.- espero verte pronto- dice antes de
guiñarme un ojo y marcharse.
A pesar de su figura
extraordinaria y ojos impactantes, había conseguido hacer alguna amiga.
Mientras cambia acercándome más y
más a la puerta principal me percaté de que todos me miraban, cada chico y
chica de esta escuela se detuvo para darme una mirada descarada como si fuera
parte de algún experimento de su clase.
Un guardia se percató que me
encontraba desorientada y entonces me lleva hasta una pequeña oficina en el
interior.
-Señorita Roset.- Me saluda una
mujer de gran volumen y cabello rizado.- La estábamos esperando.- dice con
mucha emoción y una gran sonrisa la cual lograba que sus mejillas se vieran más
rojas de lo que se veían.- Mi nombre es Katherine Maciel y soy la consejera de
esta grandiosa escuela que es San Margaret- anuncio casi aplaudiendo.- Este es
su horario y por lo visto le a tocado la clase con Virginia- dice repentinamente
cambio su expresión a preocupación- vamos yo te llevare y no habrá problemas.
Tomo el papel de sus manos y la
sigo.
Llegamos hasta el segundo piso,
luego de dar unas cuantas vueltas y descubrir que cada salón es como los demás,
la señora Katherine Maciel no dejaba de hablarme las diferentes actividades
recreativas que su maravillosa escuela impartía y de la que se sentía muy
orgullosa, también se conmovió ante mi melodramática historia la cual mi
abuela, nuevamente se había encargado de informarle. Le dio dos golpecitos a la puerta de madera y
entonces una mujer de cabello corto castaño con una mirada de pocos amigos me
miro desde la cabeza a los pies en una humillante mirada que demostraba
superioridad.
Era mucho más hermosa de lo que
nadie podría ser, aunque estaba segurísima que Natacha podría ganarle
fácilmente, esta mujer tenía los mismos colores de ojos pero en ellos había una
mirada oscura que me hizo temblar. Me provoco una desconfianza que muy pocos
lograban infundirme.
-Profesora Virginia- saluda
Katherine con demasiada emoción de felicidad.- Ella es nuestra Roset.
La profesora hizo una mueca de
molestia, pero entonces abrió la puerta dándome una señal, con el mentón para
que entrara.
La profesora quien no superaba
los treinta años y su faldita diminuta, se quedó hablando con Katherine la
consejera mientras me dejaba frente a una clase de chicos y chicas las cuales
no continuaron con sus tareas normales sino que repentinamente todos me miraban
muy atentos. Entre ellos se encontraba una chica que reconocería en cualquier
lugar.
Natacha se sentaba al fondo del
salón junto a la pared sola y sin prestarme atención, tampoco se veía como si
estuviera animada a continuar con sus tareas. Se le veía aburrida y su
flequillo sobre la frente oscurecía su mirada.
-Roset- Me llama la voz
autoritaria de Virginia.- Toma asiento junto a Lennox.
No lo pienso mucho, pero camino
hacia ella la cual sonríe con diversión y entonces señala hacia otro puesto con
pereza.
-Garrett Lennox- aclara la
profesora desde mi espalda.
Sentado en la mesa de al lado se
encontraba un chico aparentemente de la misma sección que nosotras, solo que se
veía un poco mayor para estar en el mismo año y a pesar que sus ojos tenían el
mismo tono que Natacha por lo demás no podría decir que eran hermanos… comenzando
con su cabello de color chocolate… también su piel era mucho más blanca que la
de Natacha y podría decir que ningún rasgo en él era similar a ella porque su
mentón era simétrico y su nariz perfecta. Natacha tenía una nariz pequeña y
ojos casi rasgados, sus labios eran carnosos y pequeños y los de Garrett finos
y grandes.
No lo pensé mucho y corrí la
silla evitando que sonara para luego sentarme. En mi interior me sentía
aliviada de poder estar casi junta a Natacha a pesar de que estuviera sola en
un puesto a mi lado y una simple silla nos separara era como si estuviéramos
juntas de no ser por Garrett, quien aparentemente se quedó mirándome.
Apresuradamente saco mi cuaderno y lápiz mientras que La profesora Virginia
comenzaba a hablar sobre miles de cosas que no entendía pero aun así apunte
todo lo que pude.
-Tu eres Gail ¿verdad?-pregunta
una vocesilla.
Por instinto miro a Garrett que
no dejaba de mirarme directamente, pero a pesar de que su mirada era aburrida y
cansada miro hacia enfrente de nosotros señalando que la voz no era de él.
Frente a nosotros se encontraba una chica de ojos extremadamente grandes y
redondos y cabello rubio hasta sus hombros, me miraba de reojo con una sonrisa
amigable y unas increíbles y largas pestañas postizas que le hacían destacar
sus ojos como si fueran lo mejor del mundo.
-Soy Nicole Valentino- se
presentó tímidamente entre susurros.- Me gusta tu cabello.- añade.
Instintivamente tome entre mis
dedos un largo mechón de mi cabello mirando su extraño tono anaranjado y luego
mire el de ella tan lindo y rubio brillante.
-Gracias.- dije un poco preocupada
de lo que ella se refería a lindo.- A mí me gustan tus pestañas postizas.
Y allí esta, justo cuando pensé
que había hecho una nueva amiga la insulto sin poder refrenarme y entonces
Nicole cambia por completo su semblante a un odio infernal.
Una risita me saca de mis pensamiento y
entonces Garrett ya no me presta atención descarada simplemente se concentra en
sus propios apuntes mientras se ríe con voz baja.
Me encogí de hombros y Nicole ya
no me volvió a hablar.
La clase era inentendible y lo poco
que comprendía se me iba de inmediato por lo que mejor me dispuse a dibujar en
mi cuaderno, algo que me encantaba y daba por hecho que no lo dejaría de hacer
mientras viva. Mis dibujos mayormente no eran muy felices y como un sueño
brumoso siempre dibujaba cosas que solo pasaban en mis pesadillas.
Sangre… personas llorando…lugares
oscuros que jamás en mi vida había visto. Y un campo de flores rojas que
irradiaban su propia luz entre la oscuridad.
Comencé a dibujar esto cuando
cumplí los seis años hacia delante. Mis padres se preocuparon mucho y me
enviaron a ver un psicólogo quien me receto unos medicamentos que me dejaban un
poco atontada. Como un secreto decidí esconderlo cuando obtuve mis ocho años,
al ver a mis padres discutir por mis dibujos supe que jamás podría continuar
dibujando, comencé a odiarlos y dejando de dibujar me sentí enferma por lo que
más se preocuparon. Volví a dibujar al tiempo después en secreto guardando mis
dibujos en el closet de modo que no pudieran lastimar a nadie y así he vivido
toda mi vida ocultando mis sueños y visiones extrañas.
Termine dibujando una de las
flores rojas con espinas en sus tallos, no me sorprendió para nada la forma
retorcida de esta flor.
El timbre por fin sonó anunciando
nuestra retirada, me levante de mi
puesto echando mis cosas dentro de la mochila sin mucho ánimo, pero justo
cuando estaba por agarrar mi dibujo se cae de la mesa, suelto un suspiro y me
dispongo a recogerlo pero unos largos dedos pálidos lo recogen por mí.
-Gracias- digo mientras me
enderezo.
Garrett miro mi dibujo por un
largo rato y conforme pasaba los segundos su ceño se frunció más y más.
-¿Has visto estas flores?-
pregunta sin dejar de mirar el dibujo.
-No- admito.
-Entonces ¿Cómo puedes dibujarla?
¿Por qué tanta curiosidad?
-solo dibujo lo que veo en mis sueños.-
confieso pero me arrepiento de inmediato.
Natacha bordeo nuestro puesto y
camino con ligeros pasos hasta quedar al lado de Garrett para mirar el dibujo y
a pesar de que ella siempre mantuvo un rostro relajado y sin emociones en
cuanto vio la imagen se sorprendió.
-Redien- susurro.
-así parece- confirmo Garrett.
-¿Me pueden devolver el
dibujo?-pregunto con mi mano hacia el dibujo.
-No- dijo Garrett luego de doblar
el dibujo y meterlo en su bolsillo del pantalón.
-Bueno, no importa.- me encogí de
hombros.- después de todo tengo muchas más.
Me doy la vuelta con mi mochila
en mi hombro y salgo del salón de clases directamente hacia la cafetería, se me
enojaba algo de capuchino con vainilla.
-¡Espera!-grito una voz a lo
lejos.
Me di vuelta lentamente a pesar
de reconocer aquella voz fingí sorpresa.
-¿Qué sucede?-pregunto con voz
inocente.
-dices que tienes más de estos
dibujos.- No fue una pregunta pero asentí de todos modos.- ¿Me los podrías
mostrar?
-está en casa.- fue todo lo que
dije antes de salir pintando de ese lugar.
La cafetería era un poco pequeña
para mi gusto pero por lo menos casi nadie usaba las mesas porque se iban con
sus cafés a otro lugar con sus compañeros. Como yo no tenía amigos me compre mi
capuchino con vainilla y me senté en una solitaria mesa y saque de mi mochila
un sándwich de jamón. Mi abuela no me había dado nada de dinero y por suerte yo
había juntado lo suficiente antes de que todo pasara en mi vida. Pero cuando
estaba a punto de morder mi sándwich dos personas se sientan en la misma mesa
que yo y no estaba muy feliz de ser vista comiendo.
-¿No tienen hambre?-pregunto.
-Quiero ver esos dibujos- Ordena
ignorando mi pregunta.
Puse los ojos en blanco y comencé
a comer y beber de mi café como si ellos dos no estuvieran frente a mí con sus
ojos pegados en mi rostro a la espera de algún movimiento.
Esto es incómodo.
-Dijiste que dibujas lo que
sueñas- dice Natacha sacándome de mis pensamientos.- ¿Realmente sueñas con
flores?-pregunta con mucho interés.
Termino de beberme mi capuchino
de vainilla y mi sándwich, busco con la mirada alguna servilleta, pero Garrett
se acerca con su cilla dando rechinidos y comienza a limpiarme los labios con
mucho cuidado.
-¿Qué haces?-pregunto incomoda
por su repentino acercamiento.
-limítate a responder.- murmura
enfadado, pero aun así no quita sus ojos de mis labios.
Muy raro.
-No siempre- contesto mirando a
natacha.
-¿Qué es lo que sueñas
exactamente?-pregunta y sus brazos se entrelazan sobre la mesa.
No estaba muy segura de revelar
lo que no alegraba a mis padres, pero ella se veía realmente interesada en mis
locuras por lo que no me importo admitir nada.
-Hay lugares muy oscuros…-los
dedos de Garrett, inesperadamente rosan mis labios lo que hace que me encuentre
con su mirada.-pero la sangre es demasiado brillante para no notarla…-vuelvo a
mirarla- así como los gritos y este campo de flores que brilla como si tuviera
su propio brillo dentro de ellas.
Garrett me suelta y apoya su
espalda contra el respaldo de la silla cruzando sus brazos sobre su pecho y
luego cierra sus ojos.
-Bien, eso no nos dice mucho.-
dice Natacha mirando a Garrett.- creo que los dibujos explicarían más.
¿Eso fue un insulto?
-Relájate Gail, no tenemos tiempo
para explicarte.- dijo Natacha.- lo que mejor deberíamos hacer es ir a tu casa
y ver los dibujos.
-Pero aún nos quedan como cinco
horas de clase- reproche.
Garrett abre sus ojos y me mira
por una larga eternidad como si esperara algo.
-¿No sientes nada?-pregunta
curioso.
-¿Sentir que?
-Eres extraña- confiesa pero a
pesar de haber sido un insulto me pareció que fue más un cumplido.
-Gracias.- sonrió.
Mi sonrisa y sinceridad logran
que el Garrett malhumorado también sonriera a pesar de que solo fuera por unos
segundos.
Me levante con ganas de ir al
baño y ambos hicieron lo mismo siguiéndome los pasos detrás de mí hablando de
aquella flor y lo importante que eran mis dibujo de alguna manera me sentía
realmente importante por primera vez en mi vida mis dibujos no eran raros o
algo de temer.
-Detente allí grandulón- digo al
tiempo que coloco mi mano sobre su pecho que súbitamente subía y bajaba. Se encontraba
agitado.- No entraras al baño de mujeres.- señalo el letrero sobre nuestras
cabeza.
-Bien, cinco minutos.- me
advierte.
-¿Qué?
-cuatro minutos y cincuenta
segundos- dijo mientras miraba su reloj de mano.
Aquello era totalmente
descabellado, pero como siempre no me regodee ni proteste simplemente hice lo
que tenía que hacer y luego salí rogando mentalmente no haberme excedido los
minutos.
-Cuatro minutos con treinta
segundos.- dice mirando el reloj.- para la próxima espero menos que eso.
-¿Próxima?-pregunte
sorprendida.-fue un milagro que no hubiese cola en el baño.- me queje cruzando
mis brazos sobre mi pecho.
-No hay tiempo para eso.- dijo
Natacha hablando de tiempo.- Tenemos que ir a tu casa.- señala con urgencia a
pesar de que su rostro expresaba serenidad.
-¿Por qué?
-Porque si- respondió agriamente
Garrett agarrando mí brazo para que caminara más deprisa, junto a ellos.
-¿Estás hablando enserio?- le
pregunte mirándolo sobre mi hombro.- Mi abuela me matara si sabe que me escape
de clases.
-nadie te matara mientras estés
conmigo- me asegura dándome una mirada llena de gravedad.
-Oh, eso me consuela- dije sarcásticamente.
-El humor sarcástico no te viene
Gail.
Cuando dijo mi nombre fue… no
estaba muy segura lo que causo mi nombre en sus labios, pero sea lo que sea
agradecí que aun mantuviera su mano firme contra mi brazo antes de que me
cayera al suelo.
-De todos modos, no podemos.-
proteste deteniéndome.
Natacha me dio una mirada molesta.
-De todos modos siempre las
dibujo.- dije rápidamente intentando excusarme.- Ya saben, les dije que venían
de mis retorcidos sueño.
-Ah, si tus sueños.- señalo
Natacha mirando con una sonrisa a Garrett sobre mi cabeza.
Sentí el mentón de Garrett sobre
mi cabello y supuse que me estaría usando de mesa y en cuanto me soltó del
brazo en vez de dejarme a un lado coloco sus manos sobre mis hombros
reteniéndome.
-Veo tu punto Natacha- murmuro
pensativo.
No sabía de lo que hablaban hasta
que Natacha sacudió su cabello negro dándole un color azulado contra las luces
de las agrietadas nubes que comenzaban a dar la bienvenida al sol. Me tomo unos
segundos darme cuenta que Natacha intentaba que yo la mirase a los ojos
directamente, pero me encontraba absorta resistiendo las miles de sensaciones
que penetraban mi cuerpo el simple contacto de las manos de Garrett sobre mis
hombros, como si el calor en ellas pudiera traspasar la tela de mi chaqueta
hasta llegar a mi piel.
Los ojos de Natacha eran hermosos
y a pesar de haber juzgado estúpidamente sus ojos comparándola con el horrible
cielo nublado estaba totalmente cegada al no ver aquellos destellos de luz como
un calidoscopio alrededor de sus pupilas que lentamente comenzaban a girar y
girar…
Un fuerte color rojo deslumbro
mis ojos dejándome momentáneamente cegada sintiendo un familiar aroma fresco y
dulce, la suavidad en el aire era palpable como la seda misma contra mi mejilla…
la sensación de una polilla sobre mis muslos rosándolos a medida que daba un
paso y luego silencio, mucho silencio. Mi cuerpo comenzó a temblar y no era por
frio o miedo solo era reacción que no podía detener incluso cuando envolví mis
brazos a mí alrededor y volví a contar lentamente, era la única forma de volver
mis pies a la realidad o terminaría atrapada en mi propia locura.
Un gruñido gutural se escuchó por
todo el lugar y aun no era capaz de abrir mis ojos y tal vez era más por el
miedo mismo.
Veinte, veinte uno, veintidós,
veinte y tres…
Unas pisadas retumbaron el suelo
y cada una de ella se volvió más cercana.
Treinta y dos…
Abrí mis ojos lentamente
encontrándome con el valle de flores rojas y la horrible oscuridad que
ensombrecía tétricamente el lugar a pesar de su débil luz era capaz de divisar
el enorme monstruo que también se había dado cuenta de mi presencia y una
sonrisa de oreja a oreja me congelo, al mismo tiempo que di un grito roto.